El último adiós, ese que nunca sabemos cuál es.
Me recuerda a la famosa frase de “Vivimos como si nunca fuéramos a morir y morimos como si nunca hubiéramos vivido”.
En la muerte pensamos poco, claro, vivir con la muerte muy presente, ya sea la nuestra o la de nuestros seres queridos, podría afectar en gran medida a nuestra manera de vivir y de relacionarnos. Habría quien no se embarcará en proyectos a largo plazo. Quien la tristeza no le dejara vivir. Otras personas apenas dormirían pasando de una actividad a otra… ¡hay tanto que experimentar antes de morir! Por el contrario, otras no se separarían de sus seres queridos, tratando de aprovechar todo el tiempo posible a su lado.
¿Puedes imaginar cómo lo vivirías tú? ¿Qué harías con a menudo o qué dejarías de hacer?
A veces ocurre que nos encontramos con el llamado “tiempo de oro”. Ese periodo de tiempo en la que sabemos que el final de la vida de alguien está cerca. Esto es así cuando por edad, estado de salud, accidente, etc sabemos que la muerte se va a dar en un futuro cercano.
Tiempo de oro, será siempre que hagamos un buen uso de él. El mero hecho de ser conscientes de la proximidad de la muerte, no hace efecto en sí mismo. Sin embargo, saber, nos aporta una condición privilegiada, con respecto a desconocerlo. Éste será el momento de despedirnos, agradecer, resolver temas pendientes, expresar sentimientos o pensamientos y compartir con la persona que estamos por perder. También de escuchar lo que que ésta necesite comunicarnos.
Aquí nos topamos con la dificultad de sostener la situación. Digo dificultad, ya que por lo general no somos buenos en esto. Se nos suele dar mejor decir: “Ya mismo estarás bien”, “Lo vas a superar”, “Aún no vas a morir”. Tan duro nos resulta escuchar a alguien en su último tramo de vida, que, aunque se encuentre en su lecho de muerte, no somos capaces de mirarlo atentamente y escuchar lo que nos tenga que decir. Así es como se hace evidente la negación a la muerte que como individuos y como sociedad cargamos.
En ocasiones, cuando una persona es consciente de que morirá pronto, desea despedirse, dejar alguna petición, comunicar alguna preferencia o asegurarse de que algo quede bien atado. Puede preferir estar acompañad@ o por el contrario, tener tiempo para si mism@. Concedérselo, es el mejor regalo que amig@s y familiares pueden hacerle. Este “regalo” además, es de ida y vuelta. Cuando acompañamos a alguien en su última etapa de vida y atendemos su necesidad de expresar, le ayudamos a irse en calma y al mismo tiempo, nosotr@s nos quedamos en calma.
Una de las culpas que más pesa cuando se aborda un duelo en situación de psicoterapia, tiene que ver con la gestión que se hizo, o se está haciendo, de este tiempo de oro.
¿Con qué dificultades solemos encontrarnos?
Dudas -> Cuando estamos cerca (física o afectivamente) de una persona que se encuentra en sus últimos días/meses de vida, es comprensible que nos asalten numerosas dudas sobre qué hacer y qué no hacer.
Duración -> Desconocemos el tiempo que durará esta situación, por lo que hacer grandes cambios en nuestra vida para acompañar en este proceso, quizá no entra dentro de nuestras posibilidades. Por cuestiones obvias, como atender nuestro trabajo, familia o amigos, intereses propios, etc.
Aceptación de emociones propias -> Podemos estar cerca de una persona que morirá en las próximas semanas y sentir tristeza, miedo, enfado, alegría. Fundamental para nuestra estabilidad poder acoger todos estos estamos. Porque también hay días buenos en los periodos tristes de nuestra vida.
Juicios morales -> Irse de vacaciones, a la peluquería, al cine, a dar un paseo, continuar con tu proyecto empresarial, iniciar una relación de pareja, tener relaciones sexuales… Por desgracia son muchas las actividades de nuestro día a día común que se ven sometidas a juicio (propio o ajeno) cuando acompañamos a alguien en sus últimos momentos. Continuar con nuestra vida y acompañar a otra persona al final de la suya es compatible. De hecho, si nos hacemos cargo de nuestra vida, vamos a poder acompañar con una menor dosis de sacrificio.
Claridad al expresarnos -> Nudos en la garganta, también se podría llamar este punto. Permitirnos expresar que está siendo duro, que l@ vamos a echar de menos, que es importante para nosotr@s, que nos gustaría que esto en lugar de ahora ocurriera dentro de mucho tiempo, que agradecemos los momentos compartidos… No hay que hacer una exposición larga y solemne de lo que nos evoca la situación. Seguro que podemos encontrar una manera de expresarnos clara, simple, sincera y cercana. Evita obligarte a mantener el tipo delante de la persona y salir de la habitación a llorar de vez en cuéntalo.
¿Cómo lo hago?
Sincero -> Importante para ti y para la persona que lo recibe. Permítete expresarle lo que sientes, sobre todo si tienes algo pendiente que decir, aunque te pueda parecer una tontería. Perder disculpas, dar las gracias, aclarar alguna situación.
Humilde -> Claro que no sabes cómo hacerlo, por eso vas a preguntar, te vas a interesar de qué necesita esa otra persona de ti. Ejemplos: “Pídeme lo que necesites”, “¿Estás cómod@?”, “¿Qué te apetece?”. Ni qué decir tiene que debemos evitar imponer nuestro criterio. Podemos expresar nuestro deseo de que se someta a un determinado tratamiento, pero no debemos insistir o persuadir a la persona.
Natural -> Si nos emociona escuchar decir que no podremos pasar la navidad con toda la familia, vamos a permitirnos llorar o decir lo que nos emociona eso.
No perdamos de vista que la muerte es un proceso natural, en el que contribuimos activamente como organismos vivos que somos. Como especie, estamos preparados para acompañarnos, decirnos adiós y continuar. Si no fuéramos capaces no estaríamos aquí, ni tu leyendo, ni yo escribiendo.
¿Quiere decir esto que es fácil? No, no suele serlo. Tampoco es fácil recuperarse de una lesión física, es posible, y también estamos preparad@s para ello. Hemos de seguir una serie de pautas para optimizar el resultado.
Es lo que le da sentido a este escrito y a mi trabajo.